Aventuras inmobiliarias, un negocio muy particular
Los herederos eran 15 de 3 sucesiones distintas; mi mandante tenía 1/3, y había titulares de 6/180, 5/180, 2/180 y hasta 1/180. Sin saber si iba a ser posible la concreción invertí una pequeña fortuna en certificados de dominio e inhibición, un total de 18.
A mediados de 2009 vino a la oficina un muchacho llamado Mariano Federico, que era heredero de un tercio de un amplio terreno ubicado en Coronel Sussini y Huara, un sector muy particular del barrio de Villa Crespo, cercano a Warnes y Dorrego, pero metido hacia adentro de dichas avenidas; en esa zona era común ver aparecer coches incendiados o desmantelados y resulta poco aconsejable transitarla de noche: no proliferan allí viviendas sino talleres y desarmaderos.
Dentro del lote, en una casita precaria, vivía un cuidador con su familia; era un árbitro de fútbol de las ligas menores de la A.F.A.; la vivienda no tenía costo para él y, previsiblemente, no se quería ir; aducía que un antiguo dueño, ya fallecido, se la había entregado a perpetuidad o poco menos; no existía constancia de nada de ello y aun así, salvo que lo hubiera instituido como heredero, el ofrecimiento no podía transcender más allá de la vida del propietario; los legítimos sucesores querían vender el inmueble desocupado.
Todo era muy lógico, pero no hay peor sordo que el que no quiere oír, y el soplapitos, en lugar de sentirse agradecido por los muchos años durante los cuales había hecho uso gratuito de la propiedad, se mostraba irritable y ofendido. Rodeé de carteles el largo perímetro del área; misteriosamente todos desaparecieron…
Federico era sólo uno de los herederos; en total sumaban quince y provenían de tres sucesiones distintas; mi mandante tenía la 60/180 ava parte, o sea un tercio, pero entre los otros catorce había titulares de 6/180, 5/180, 2/180 y hasta 1/180.
Para cuando llegara el momento de firmar, si llegaba, iba a ser casi imposible reunirlos a todos, por lo cual había que conseguir que los que residían lejos o no tenían mayor interés otorgaran poderes de venta a los demás. De todo ello me fui ocupando.
Aun sin los carteles apareció un interesado: Mario E, un inversor, constructor e inmobiliario que poseía ya otros inmuebles en las cercanías y proyectaba edificar allí un pequeño complejo de locales. Como era un comprador con experiencia tuvo la paciencia necesaria para esperar a que pudieran unirse todas las piezas del rompecabezas; su oferta fue aceptada y ello me llevó a poner el pie en el acelerador.
Hubo que llegar a un acuerdo con el referee para lograr la firma de un convenio de desocupación; también conseguir la concurrencia o la representación de los vendedores que faltaban.
Uno de ellos, el que poseía sólo una 1/180 ava parte, estaba por viajar y decía no tener tiempo para ocuparse de otorgar el Poder que se le requería; por suerte trabajaba en el centro, cerca de las oficinas de la notaria designada; hice preparar el dichoso Poder y lo esperé con una empleada de la escribanía a la salida de la empresa donde se desempeñaba; el muchacho estaba apurado y poco interesado, pero sin su 1/180 ava parte no se reunía el 100% y la operación fracasaba, así que lo corrimos y obtuvimos su firma en plena calle. Ni siquiera pudimos hacer fotocopia de su documento de identidad, hubo que conformarse sólo con verificarlo.
Sin saber a ciencia cierta si iba a ser posible la concreción invertí una pequeña fortuna en certificados de dominio e inhibición, un total de dieciocho. Había preparado una especie de árbol genealógico para que se entendieran las relaciones de parentesco, el orden cronológico de las sucesiones y las partes que le correspondían a cada uno; muchos herederos me lo agradecieron porque ni siquiera entendían cómo habían llegado a figurar en las declaratorias, ya que eran asuntos provenientes de tíos abuelos de sus padres y otras situaciones familiares complejas; para ayudar a la concreción de esta venta debí desarrollar una puntillosa labor artesanal de reconstrucción, que incluso fue útil para el armado y la explicitación de los antecedentes en el texto del nuevo título.
Nunca tuve avidez desmedida por los honorarios, y menos aún por los de la parte vendedora, que es en definitiva la que entrega la mercadería y nos da el trabajo; todas las operaciones suman, algunas más y otras menos; en definitiva lo importante es que se cierren.
Este negocio no fue distinto, pero dadas las dificultades de la tarea me pareció justo pedirles a los vendedores el pago de la comisión completa, a lo cual nadie se opuso, salvo Federico, justamente quien me la había encomendado y resultaba el principal beneficiario, porque era quien mayor porcentaje poseía.
Me pagó un honorario reducido, convenido antes de que la ejecución del asunto desplegara toda su complejidad; lógicamente el conjunto acompañó proporcionalmente la disminución de mis aspiraciones.
Debido a las dificultades que debí superar y a la inversión y los riesgos que asumí esperaba la aceptación de mi pedido, no tanto por ambición económica sino como gesto de reconocimiento. Aún así debo aceptar que mi cliente no violó ningún acuerdo.
De todas maneras, fue una operación muy buena y una experiencia sumamente interesante.
Por Adrián Dante Risman.
Corredor inmobiliario (Cucicba). Autor del libro "Las aventuras Inmobiliarias de un pibe de Villa Crespo".
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